El verdadero propósito de la profecía apocalíptica: esperanza en medio del fin
Introducción
Desde tiempos antiguos, la humanidad ha sentido fascinación por el futuro. Los imperios consultaban oráculos, los sabios estudiaban los astros, y las personas buscaban señales para entender qué les deparaba la vida. En el contexto bíblico, la profecía apocalíptica cumple un rol especial: no es una especulación curiosa sobre el mañana, sino una revelación divina para guiar, advertir y consolar al pueblo de Dios.
En los evangelios, particularmente en Mateo 24, Jesús deja en claro que el verdadero propósito de la profecía no es alimentar la curiosidad, sino preparar espiritualmente a los creyentes. Este capítulo, conocido como el sermón profético del Monte de los Olivos, es una de las exposiciones más completas sobre los eventos del fin, y allí encontramos la clave para comprender el valor de la profecía en la vida cristiana.
En este artículo exploraremos el significado del estudio profético, el peligro de enfocarse solo en el “cuándo”, el mensaje de Jesús en Mateo 24, la interpretación a lo largo de la historia, y el verdadero propósito de la profecía apocalíptica para el pueblo de Dios hoy.
1. La curiosidad humana frente al futuro
Cuando los discípulos preguntaron: “Dinos, ¿cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo?” (Mateo 24:3), estaban reflejando una inquietud profundamente humana: la necesidad de saber el tiempo de los acontecimientos.
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Querían fechas.
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Querían señales claras.
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Querían certezas sobre el desenlace de la historia.
En la mentalidad judía del primer siglo, la destrucción del Templo de Jerusalén equivalía al fin del mundo. Por eso los discípulos mezclaron dos preguntas en una sola: ¿cuándo ocurrirá la destrucción? y ¿cuándo vendrá el Mesías en gloria?
Esta misma curiosidad ha acompañado a los cristianos a lo largo de los siglos. Muchos han estudiado el Apocalipsis y Daniel buscando cronogramas exactos, intentando descifrar códigos, calcular fechas o incluso establecer teorías sobre el “día y la hora”.
Pero Jesús corrigió esa tendencia desde el principio: “Del día y la hora nadie sabe, ni aun los ángeles de los cielos, sino solo mi Padre” (Mateo 24:36).
2. Señales y advertencias: el método de Jesús
Aunque Jesús no reveló fechas, sí mencionó eventos que servirían como señales del tiempo. Guerras, rumores de guerras, hambre, pestes, terremotos, persecuciones, falsos profetas y apostasía. Pero tras cada advertencia añadió:
“Mirad que no os turbéis; porque es necesario que todo esto acontezca; pero aún no es el fin. Y todo esto será principio de dolores” (Mateo 24:6-8).
El énfasis no está en el temor ni en la especulación, sino en la preparación. Jesús no quiso que sus seguidores quedaran atrapados en la ansiedad por los cataclismos, sino que confiaran en que sus palabras no fallarían.
La señal definitiva, según Mateo 24:30, no son los desastres naturales ni los conflictos mundiales, sino la venida misma del Hijo del Hombre en gloria. Es decir, toda señal apunta al clímax: Cristo regresará.
3. La perspectiva de Elena G. de White
La escritora cristiana Elena G. de White ofrece comentarios esclarecedores sobre este tema en El Deseado de todas las gentes. Ella explica que Jesús entremezcló los anuncios de la destrucción de Jerusalén (año 70 d.C.) con los eventos finales del mundo para no desanimar a sus discípulos.
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Los rabinos interpretarían las señales como el advenimiento del Mesías, pero serían solo “principio de juicios” (p. 582).
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Los engaños del pasado se repetirían a lo largo de la historia (p. 582).
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La predicación del evangelio a todo el mundo sería un requisito previo antes del fin (p. 587).
De este modo, cada profecía cumplida en el pasado es una garantía de que Dios cumplirá las que aún están por venir.
4. El evangelio como centro de la profecía
Mateo 24:14 declara:
“Y será predicado este evangelio del reino en todo el mundo, por testimonio a todas las naciones; y entonces vendrá el fin”.
Aquí encontramos el verdadero motor de la profecía: no la curiosidad, sino la misión. El propósito de las revelaciones apocalípticas no es alimentar debates intelectuales, sino movilizar a la iglesia a proclamar el evangelio eterno.
Apocalipsis 14 confirma esta perspectiva: el mensaje de los tres ángeles incluye la proclamación del evangelio eterno “a toda nación, tribu, lengua y pueblo”.
En otras palabras: la profecía no es para que sepamos cuándo, sino para que sepamos qué hacer mientras esperamos: predicar, perseverar, mantener la fe y confiar en la promesa de Cristo.
5. Eventos del fin: seguridad en la certeza divina
Jesús describió terremotos, hambres, pestes, persecuciones y apostasía. Todos estos fenómenos han ocurrido y siguen ocurriendo. Para algunos, esta repetición podría ser motivo de escepticismo. Sin embargo, el hecho de que ya hayan tenido cumplimiento parcial es una garantía de que el cumplimiento final también llegará.
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La destrucción de Jerusalén fue un ejemplo de lo que ocurrirá en el juicio final.
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La predicación del evangelio en tiempos de Pablo anticipa la predicación global de los últimos días.
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La apostasía de siglos pasados se repite hoy en el enfriamiento espiritual y el materialismo moderno.
Por lo tanto, la profecía se convierte en un llamado a la vigilancia constante.
6. El propósito verdadero: preparación y esperanza
Después de relatar tantas señales, Jesús cerró su discurso con palabras poderosas:
“El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán” (Mateo 24:35).
Aquí Jesús revela el núcleo del estudio profético: no se trata de conocer cada detalle del futuro, sino de confiar plenamente en la certeza de su Palabra.
El propósito de la profecía es:
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Fortalecer la fe de los creyentes.
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Prepararnos espiritualmente para el regreso de Cristo.
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Guiarnos en medio del caos del mundo.
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Mantener la esperanza viva, aun cuando todo parezca incierto.
En resumen, la profecía no es un mapa secreto con fechas escondidas, sino una brújula que apunta a la fidelidad de Cristo.
7. Lecciones para los cristianos de hoy
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Evitemos la obsesión por las fechas. Jesús fue claro: nadie sabe el día ni la hora.
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Estudiemos la profecía con un corazón misionero. Cada visión, cada símbolo, nos impulsa a compartir la esperanza.
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Vivamos preparados diariamente. La verdadera preparación no consiste en acumular información, sino en cultivar una relación viva con Cristo.
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Confiemos en la Palabra. En un mundo cambiante, lo único que no pasa son las promesas de Jesús.
Conclusión
El propósito de la profecía apocalíptica no es satisfacer la curiosidad sobre el futuro, sino preparar el corazón para el regreso glorioso de Cristo. Los discípulos preguntaron por el “cuándo”, pero Jesús respondió mostrando qué actitudes debían tener mientras esperaban.
La señal definitiva no es un desastre natural ni una crisis mundial, sino la aparición del Hijo del Hombre en las nubes del cielo (Mateo 24:30). Hasta entonces, la misión de la iglesia es predicar el evangelio eterno a todas las naciones.
En palabras de Jesús: “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”. Esa es nuestra seguridad. Esa es la esperanza que sostiene a los fieles.
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